Visto en El Periódico de Barcelona. 
-Es un águila bicéfala con una espada y el lema Vincere aut mori (Vivir o morir).  Simboliza el combate contra los culpables de la muerte en 1314 de  Jacques de Molay, el gran maestre templario: el papa Clemente V y el rey  Felipe IV. Lo llevaré este fin de semana, en el 21º Encuentro  Internacional de Altos Grados Escoceses que se celebra en Barcelona, en  el que nos comprometeremos con la primavera árabe. En el Grado 30 de la  masonería juras defender la democracia y combatir las tiranías.
-¿Ante quién estoy?
-Ante un catedrático de Derecho Financiero.
-¿Y en la sociedad masónica?
-Ante el presidente del Grado 33, el gran comendador del Supremo Consejo Masónico de España.
-Eso quiere decir que es la autoridad.
-Eso  quiere decir que fui iniciado a los 27 años, en 1984, y que es la  progresión de alguien que se ha mantenido activo a lo largo de 25 años  de itinerario masónico.
-¿Cómo fue a parar ahí?
-Durante  la carrera, encontré en la biblioteca de la universidad documentación  sobre la masonería. ¡Algo que había perseguido furibundamente el  franquismo debía ser necesariamente bueno...! Me sorprendió saber que  Francesc Ferrer i Guàrdia era masón, pero también Josephine Baker.
-Sorprendente es.
-A  raíz de un homenaje a Ferrer i Guàrdia, un profesor nos dijo que  debíamos llevar a Montjuïc un triángulo de acacia y rosas rojas. Lo  hicimos, salió en la prensa y una logia de Barcelona nos vino a buscar.
-Le aceptaron en el club.
-La iniciación fue una vivencia muy intensa. Entré en el taller  con los ojos vendados, transité por los tres viajes simbólicos -las  pruebas del aire, el agua y el fuego-, y cuando me sacaron la venda pude  ver a mis hermanos, obreros de la construcción del templo de la  humanidad. Un impulso a la virtud, en definitiva.
-Ahora manda mucho. El que más.
-Contra  todos los mitos, los altos grados no dirigen la masonería. El poder lo  tienen los masones de los grados 1, 2 y 3, que eligen a su presidente,  el gran maestre, por sufragio universal, directo y secreto. Los altos  grados tienen una tarea interna de formación, de coordinación de los  trabajos, de preservación del rito.
-Si la divisa es «libertad, igualdad y fraternidad», ¿para qué tanto rito?
-El  ritual es la puerta entre el espacio exterior y el espacio interior.  Con la expresión «abandonar los metales en la puerta del templo», dejas  fuera todo aquello que en la vida cotidiana te hace relevante -los  cargos, la clase social, el partido-, y eres capaz de discutir sin  herir, de convencer sin imponer. Creo que el ritual nos ayuda a ser más  libres.
-¿El manual exige ir con capa y eso?
-No  vamos con capa. Y no existe manual. La masonería es progresiva. Vas  aprendiendo en la logia, a través del trato con tus hermanos, leyendo,  viajando. Al salir de tu espacio profesional, de tu barrio, de tu  ciudad, tienes unas relaciones más transversales. Te haces ciudadano del  mundo.
-¿Cómo sabe si está ante un hermano?
-La  intuición funciona. Lo percibes por la forma de transmitir mensajes, de  liderar una reunión. Y luego puedes confirmar esa intuición a través  del lenguaje ritual.
-Un ejemplo, si es tan amable.
-Imagine  que en una reunión alguien dice a las 9 de la mañana: «Deberíamos de  ponernos a trabajar intensamente porque es mediodía». En uno de los  grados se dice que «comienzas a trabajar a mediodía».
-¿Hay un código gestual?
-Se  puede transmitir el grado a otro hermano masón a través de unos toques  en el encaje de manos. Es una especie de diálogo táctil.
-Oiga, ¿hace falta el secretismo?
-Cada  persona lo revela o no en función de su deseo. Yo no lo hice hasta los  años 90. No quería determinar mi identidad por un solo factor, y menos  aún en un país que tiene aversión a la masonería. Aún hoy la tiene.
-Tiene mala prensa, sí.
-La  tiene en Italia, Francia, Portugal y España, territorios que la Iglesia  católica considera propios. En ningún otro lugar el Papa se atrevería a  decir que el laicismo de Zapatero es igual que la quema de conventos.
-Y eso que aspiran ustedes al poder terrenal...
-La  masonería no aspira al poder como tal, pero valora positivamente que  los masones tengan responsabilidades. Llegado el caso, los hermanos solo  piden que su acción política esté orientada por el humanismo.
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